Research Brief
International Family Planning: A Success Story So Far
Jan 1, 1998
Un éxito incompleto
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Traducido por Teresa Castro Martín
Varios comentaristas de destacados medios de comunicación han declarado recientemente que la explosión demográfica ha llegado a su fin y que el crecimiento de la población ya no supone un problema serio[2]. Uno de los indicadores utilizados con frecuencia para respaldar esta opinión es el descenso generalizado de las tasas de fecundidad (el promedio de hijos por mujer). Efectivamente, la fecundidad a nivel mundial ha descendido de seis hijos en 1950 a aproximadamente tres en 1998. Es más, desde principios de la década de los 60 hasta 1998, la tasa de fecundidad para el conjunto de países en desarrollo ha pasado de 6,1 a 3,3. Los descensos de mayor magnitud se han producido en Asia oriental (de 5,9 a 1,8) y en América Latina (de 6 a 3)[3]. Según las proyecciones de Naciones Unidas, la población mundial podría comenzar a disminuir dentro de unos 50 años.
Dada la rapidez con la que ha descendido la fecundidad a nivel mundial, es razonable preguntarse si es necesario que los países donantes continúen invirtiendo en programas internacionales de cooperación en materia de población y, más concretamente, en programas de planificación familiar. Después de todo, dada la evolución reciente, ¿no han cumplido ya sus objetivos los programas de planificación familiar?
FUENTES: Naciones Unidas, Departamento de Información Económica y Social y Análisis de Políticas, División de Población, World Population Prospects: The 1996 Revision, New York, 1996, y proyecciones basadas en el modelo del Banco Mundial, World Development Indicators, Washington, D.C., 1997.
Tal conclusión sería prematura. La población mundial continúa aumentando. Aunque la tasa de crecimiento disminuye desde la década de los 60, el incremento anual de la población mundial, en términos absolutos, es de aproximadamente 80 millones de personas, lo que equivale a la población actual de Alemania. Casi la totalidad de este crecimiento se concentra en los países en desarrollo (Gráfico 1), muchos de los cuales todavía mantienen altos niveles de fecundidad. Una fecundidad elevada puede suponer un coste considerable para un país en desarrollo y limitar sus oportunidades de desarrollo económico. Puede asimismo aumentar los riesgos para la salud de mujeres y niños, y provocar un deterioro de la calidad de vida, al restringir el acceso a la educación, al empleo, a la nutrición y a determinados recursos escasos como es el agua potable. Además, las encuestas realizadas en países en desarrollo revelan que muchas mujeres —entre un 10 y un 40 por ciento— desearían espaciar o limitar sus nacimientos, aunque no están utilizando ningún método anticonceptivo. Estos datos reflejan la persistencia de una demanda no cubierta de planificación familiar. Históri-camente, los programas de planificación familiar voluntaria han respondido eficazmente a esta demanda y, de este modo, han contribuido de forma importante a la reducción de las tasas de fecundidad en los países en desarrollo.
Estas conclusiones se basan en una revisión crítica de los principales trabajos de investigación sobre planificación familiar en los países en desarrollo. Esta revisión se ha realizado en el marco del proyecto Population Matters de RAND, una institución norteamericana sin fines lucrativos cuyo objetivo es mejorar la toma de decisiones políticas a través de la investigación científica. El análisis se centra en el crecimiento de la población mundial y en la utilidad actual de los programas de planificación familiar en los países en desarrollo. En base a los resultados de la investigación existente, se abordan tres cuestiones esenciales:
Es prematuro proclamar el fin de la explosión demográfica. El descenso de la tasa de fecundidad a nivel mundial no significa que el crecimiento de la población haya dejado de representar un problema grave en todos los países o que los programas de planificación familiar sean innecesarios, por varias razones:
1. Las tasas de fecundidad son todavía elevadas en muchos países en desarrollo. La reducción de la tasa de fecundidad a nivel mundial encubre grandes disparidades regionales. Hoy en día, la mayor parte del crecimiento demográfico mundial se concentra en los países en desarrollo, que son precisamente aquéllos que disponen de menos recursos para absorber este crecimiento sin que su desarrollo socioeconómico se vea comprometido. Este es el caso del Africa subsahariana que, a diferencia de Asia o América Latina, todavía se encuentra en un estado inicial de la transición demográfica, aunque algunos países como Kenia, Zimbabue, Ghana, Zambia y Botsuana hayan experimentado un descenso de la fecundidad. En Nigeria, el país más poblado de esta región, se estima que cada mujer tendrá un promedio de 6,5 hijos a lo largo de su vida reproductiva.
FUENTE: John Bongaarts, "Population Policy Options in the Developing World," Science, Vol. 263, No. 5148, 1994, pp. 771–776.
2. El "momentum" demográfico dará lugar a importantes incrementos de población durante los próximos 25-50 años. Un descenso de la tasa de fecundidad no conlleva una desaceleración inmediata del crecimiento demográfico. Aunque la fecundidad se estabilizase al nivel de reemplazo —2,1 hijos por pareja que reemplazarían a la generación de los padres— la población continuaría aumentando durante algún tiempo. Este fenómeno, conocido como "momentum" demográfico o impulso demográfico, es más prolongado cuanto más joven es la estructura de edad de la población. Cuando la proporción de mujeres en edad de procrear es elevada, el número de nacimientos puede permanecer constante o incluso aumentar mientras desciende la tasa de fecundidad. Esta inercia de crecimiento derivada de la estructura por edades de la población es un motor importante del crecimiento demográfico, y será responsable de aproximadamente la mitad del aumento de la población mundial en los próximos 100 años (Gráfico 2).
3. La generación más numerosa de la historia está a punto de iniciar su ciclo reproductivo. El volumen de nacimientos que se registra en una población está condicionado por la estructura de edades de esa población y por el número de personas en edad de procrear. En el año 2000, el número de mujeres de 15 a 24 años —y por tanto, al inicio de su ciclo reproductivo— alcanzará el máximo histórico de 500 millones. La mayoría de estas mujeres viven en países en desarrollo, y su número irá en aumento aunque posteriormente comience a descender. Si estas mujeres retrasasen el nacimiento de su primer hijo o prolongasen el intervalo entre nacimientos, se produciría una ralentización importante del crecimiento demográfico. Por consiguiente, el que se atiendan o no las necesidades de este grupo de edad tendrá una importante repercusión en la reducción de la fecundidad a nivel mundial.
FUENTES: Banco Mundial, World Development Indicators, Washington, D.C., 1997; Banco Mundial, World Development Report 1997, Washington, D.C.,1997.
La población de los países en desarrollo tiene una estructura de edad más joven y una proporción de personas en edad de procrear más elevada que los países industrializados (Gráfico 3). Incluso si cada pareja tuviese un promedio de 2 hijos, el número de nacimientos superaría el número de defunciones —dado el reducido volumen de población en edades avanzadas— y la población continuaría aumentando durante varias décadas.
4. Un debilitamiento de los programas de planificación familiar podría frenar el futuro descenso de la fecundidad. El reciente descenso de la fecundidad a nivel mundial no es producto del azar sino que, en buena medida, demuestra el éxito de los programas de planificación familiar y de los esfuerzos dirigidos a mejorar la educa-ción de la mujer. La mayoría de las proyecciones demográficas dan por supuesto la continuidad de estos programas. Por tanto, si se suprime el apoyo a los mismos, el descenso de la fecundidad previsto se verá ralentizado.
5. En los países en desarrollo existe una preferencia generalizada por familias más reducidas. Más de 100 millones de mujeres en países en desarrollo preferirían tener un número más reducido de hijos o aumentar el espaciamiento entre sus nacimientos. Esta disparidad entre preferencias y comportamientos indica la existencia de lo que los demógrafos denominan "demanda insatisfecha de planificación familiar". Existen diversas barreras que explican que las mujeres que no desean más hijos o que prefieren retrasar su próximo embarazo no utilicen ningún método anticonceptivo. Los dos tipos de obstáculos que estas mujeres mencionan con más frecuencia son, por una parte, la falta de información y el acceso insuficiente a métodos anticonceptivos y, por otra parte, el temor a sus efectos secundarios para la salud. Los programas de planificación familiar han contribuido de forma importante a reducir estas barreras, difundiendo información, mejorando el acceso a una amplia gama de métodos anticonceptivos y promoviendo una mejor utilización de los mismos. Estos programas han contribuido también a reducir el número de embarazos no deseados, los cuales tienen una mayor probabilidad de terminar en aborto y, por tanto, constituyen un factor de riesgo para la salud de las mujeres.
6. En algunos países, aunque el nivel de fecundidad es bajo, un acceso más amplio a métodos anticonceptivos reduciría considerablemente el recurso al aborto. El caso de Rusia es un buen ejemplo. En este país, la tasa de fecundidad actual es de 1,2 hijos por mujer, a pesar de que el acceso a métodos anticonceptivos es bastante limitado. Esta baja tasa de fecundidad está asociada a una tasa de aborto que está entre las más elevadas del mundo. A lo largo de su vida reproductiva, una mujer rusa experimenta un promedio de 2,5 abortos, aunque esta cifra supone una reducción con respecto al promedio de 4,5 abortos que se registraba hace 20 años[4].
Una ampliación del acceso a los servicios de planificación familiar contribuiría a evitar los embarazos no deseados y a reducir el recurso al aborto, una práctica que comporta importantes riesgos para la salud de la mujer. Datos referidos a Hungría para un periodo de 30 años demuestran que el recurso al aborto disminuye a medida que aumenta la utilización de anticonceptivos. La misma correlación se observa en Corea del Sur, Rusia y Kazakhstán, donde la tasa de aborto ha experimentado una reducción importante en la década de los 90, coincidiendo con la expansión de los servicios de planificación familiar. Un estudio reciente que compara dos distritos de Bangladesh también muestra que la tasa de aborto es inferior en el distrito que cuenta con un programa de planificación familiar más eficaz[5].
Los programas de planificación familiar, a través de la oferta de una amplia gama de métodos anticonceptivos, han contribuido de forma importante al aumento de la utilización de anticonceptivos en los países en desarrollo. Este aumento, a su vez, ha tenido un impacto evidente en el descenso de la fecundidad desde mediados de los años 60. Aunque el crecimiento económico también ha desempeñado un papel esencial, se estima que el 43 por ciento de la reducción de la fecundidad mundial durante el periodo 1965-1990 se puede atribuir a los programas de planificación familiar. Es más, existe una relación sinérgica entre el crecimiento económico y los programas de planificación familiar, por la que sus influencias respectivas sobre el aumento de la prevalencia anticonceptiva y la reducción de la fecundidad se refuerzan mútuamente.
Los logros de los programas de planificación familiar no han sido uniformes en todos los contextos. El grado de éxito alcanzado depende de múltiples factores, entre los que se encuentran el apoyo político a nivel nacional y local, la idoneidad del diseño y de la ejecución de los programas, la oferta de servicios de calidad que incluyan una amplia gama de métodos, la flexibilidad de los programas y su capacidad de adaptación a las condiciones locales, y la disponibilidad de fuentes de financiación adecuadas. No obstante, existen experiencias exitosas en todos los continentes y contextos culturales. A partir de estas experiencias, y gracias a los trabajos de investigación financiados por los países donantes y las organizaciones no gubernamentales, podemos extraer valiosas enseñanzas acerca de cómo diseñar y poner en marcha programas de planificación familiar eficaces, incluso en aquellos contextos sociales y culturales que podrían parecer desfavorables. Sería un error reducir el apoyo a los programas de planificación familiar precisamente ahora que podemos beneficiarnos del aprendizaje derivado de las experiencias pasadas.
Para evaluar la utilidad de la planificación familiar, es conveniente examinar los múltiples beneficios que aporta el descenso de la fecundidad, tanto a los países en desarrollo como a los países donantes. A continuación se especifican algunos de estos beneficios.
Reducción de la mortalidad materna. Los programas de planificación familiar contribuyen a reducir los riesgos de mortalidad asociados con el parto. La probabilidad de muerte durante el parto es aproximadamente 20 veces superior en los países en desarrollo que en los países desarrollados. Un número elevado de embarazos sucesivos aumenta este riesgo. En el Africa subsahariana, donde la tasa de fecundidad se aproxima a 6 hijos por mujer, la probabilidad de muerte de una mujer a lo largo de su vida por causas relacionadas con el parto es de 1 entre 18. Si se redujese la fecundidad a la mitad, la mortalidad materna disminuiría aproximadamente en la misma proporción.
El uso eficaz de anticonceptivos también contribuye a reducir el número de embarazos sujetos a alto riesgo, ya que permite a las mujeres retrasar su primer hijo hasta después de haber cumplido los 20 años, espaciar los nacimientos al menos 2 años y reducir el número de embarazos no deseados susceptibles de terminar en aborto. Varios estudios realizados en Canadá y en los países escandinavos han demostrado que integrando la educación sexual y el acceso a la anticoncepción se puede reducir de forma considerable el número de embarazos no deseados y de abortos entre las mujeres jóvenes. En aquellos países donde el aborto entraña graves riesgos para la salud de la mujer, los programas de planificación familiar son indispensables para reducir la mortalidad asociada a los embarazos no deseados[6].
Mejora de la salud infantil. Una fecundidad más baja también puede repercutir positivamente en la salud de los niños. Los riesgos de morbilidad y mortalidad infantil son superiores cuando los nacimientos están poco espaciados, cuando el número de hermanos es elevado y cuando las madres son muy jóvenes o muy mayores, situaciones que son más frecuentes en contextos de alta fecundidad. Los estudios existentes muestran que el riesgo de muerte durante el primer año de vida se duplica cuando el intervalo entre nacimientos es inferior a dos años. Los intervalos breves entre nacimientos también están asociados a un peso reducido del recién nacido. Asimismo, un espaciamiento breve interfiere con la lactancia, práctica que desempeña un papel fundamental en la nutrición infantil y en el desarrollo de defensas contra las enfermedades infecciosas. En resumen, los programas de planificación familiar, al permitir a las mujeres espaciar sus nacimientos y evitar embarazos a edades demasiado jóvenes o demasiado mayores, contribuyen a mejorar la supervivencia y la salud infantil[7].
Mejora de la condición de la mujer y de sus opciones vitales. Un mayor control sobre la fecundidad permite a las mujeres mejorar suposición social y ampliar sus perspectivas de futuro, sobre todo en aquellos contextos en los que las oportunidades educacionales y laborales están en expansión. En los países donde el nivel de fecundidad es elevado, es frecuente que las mujeres experimenten su primer embarazo durante la adolescencia. Esta pauta de embarazo precoz supone una barrera importante para la educación de las mujeres. En algunos de estos países, una cuarta parte de las mujeres abandonan los estudios—incluso antes de haber completado la enseñanza primaria— a causa de un embarazo precoz. Además, las mujeres de estos países pueden pasar, a lo largo de su vida, aproximadamente 6 años en estado de embarazo y 23 años teniendo a su cargo niños menores de 6 años.
Reducción de la presión sobre el sistema educativo. A nivel macroeconómico, cuanto más elevada es la proporción de la población en edad escolar, mayor es la presión a la que están sujetos el sistema escolar y los recursos públicos destinados a la educación. A nivel microeconómico, una tasa de dependencia infantil reducida permite a las familias incrementar su inversión en la educación de cada hijo y, de esta forma, mejorar la cualificación de la fuerza de trabajo futura. En el periodo comprendido entre 1970 y 1990, la tasa de fecundidad en Corea del Sur ha descendido de más de 4 hijos a menos de 2 hijos por pareja. De forma paralela, la tasa de escolaridad en la enseñanza secundaria ha aumentado del 38 al 84 por ciento y se han triplicado los recursos destinados a la educación por alumno.
Reducción de la presión sobre el medio ambiente y los servicios públicos. El descenso de la fecundidad puede contribuir a reducir la presión que ejerce la población sobre el medio ambiente. También puede ampliar el margen de maniobra de los gobiernos para hacer frente a las necesidades de empleo o de vivienda, y para responder adecuadamente a la demanda de servicios públicos básicos como son los servicios de salud y el abastecimiento de agua potable.
A nivel macroeconómico, el descenso de la fecundidad ha contribuido a crear unas condiciones favorables para el desarrollo socioeconómico en varios países. El "milagro asiático" constituye un buen ejemplo de esta conexión. Entre 1960 y 1990, los cinco países que han experimentado un mayor crecimiento económico se encuentran en Asia oriental: Corea del Sur, Singapur, Hong Kong, Taiwan y Japón. Otros dos países del Asia sudoriental, Indonesia y Tailandia, les siguen a corta distancia. En este periodo de 30 años, la tasa de fecundidad en Asia oriental ha descendido de 6 a 3 hijos por mujer. Un análisis pormenorizado de la experiencia de estos países indica que el descenso de la fecundidad no sólo ha contribuido a reducir la tasa de dependencia infantil sino que, al aumentar la capacidad de ahorro, también ha permitido reducir la dependencia con respecto al capital extranjero.
Uno de los mecanismos a través del cual el descenso de la fecundidad puede impulsar el desarrollo socioeconómico es la reducción de la población infantil con respecto a la población adulta. Esta reducción genera lo que se ha venido a denominar un "dividendo demográfico". Al tener menos hijos, las familias pueden destinar una mayor proporción de sus ingresos al ahorro o a la inversión. Asimismo, un descenso de la proporción de la población infantil conlleva un aumento de la proporción de la población económicamente activa. Si la oferta de empleo es adecuada, esta situación favorece el crecimiento económico.
No obstante, conviene matizar esta relación entre descenso de la fecundidad y desarrollo económico. Este vínculo no es automático, sino que depende en buena medida del desarrollo de políticas adecuadas en otras esferas. También es importante que el ahorro derivado del "dividendo demográfico" se invierta sensatamente o, de lo contrario, sus efectos pueden tornarse negativos. Por ejemplo, la liquidez generada por el ahorro en los países del Asia oriental podría haber contribuido a las turbulencias financieras que desencadenaron la reciente crisis económica en esta región.
Los países en desarrollo no son los únicos beneficiarios de los programas de planificación familiar. Los países donantes, que aportan aproximadamente una cuarta parte de la financiación de los programas internacionales de planificación familiar, también se benefician en al menos tres vertientes.
El progreso económico de potenciales socios comerciales. Los programas de planificación familiar pueden tener, de forma indirecta, un efecto importante y duradero sobre la expansión del comercio internacional. Si los países en desarrollo logran reducir su crecimiento demográfico y mejorar sus economías, los países donantes podrán beneficiarse de la expansión de mercados y de las oportunidades de exportación e inversión. Por ejemplo, durante la década pasada, las exportaciones fueron responsables de un tercio del crecimiento económico en los Estados Unidos. El progreso económico de otros países es uno de los factores que ha posibilitado esta tendencia. Dos países asiáticos que se han beneficiado considerablemente del apoyo financiero de Estados Unidos en materia de planificación familiar, Corea del Sur y Taiwan, se han convertido en importantes socios comerciales.
La estabilidad política y la cooperación. La prosperidad económica de los países en desarrollo fomenta la estabilidad política y facilita la cooperación internacional en cuestiones importantes que trascienden el ámbito nacional, como son la seguridad y la criminalidad, el cambio climático o la inmigración ilegal[8].
La asistencia humanitaria. Dado que los países receptores de ayuda se encuentran entre los más pobres del mundo, los programas de planificación familiar contribuyen a aliviar la pobreza y a mejorar la calidad de vida de las poblaciones más necesitadas. Es importante resaltar que, en las tres conferencias mundiales sobre población organizadas desde 1974, los países en desarrollo han declarado su apoyo a los programas de planificación familiar. Además, como se señaló anteriormente, muchas de las mujeres de estos países han expresado su deseo de limitar o retrasar sus nacimientos. Los programas actuales, por tanto, proporcionan unos servicios que son demandados activamente por los propios países y por muchos de sus ciudadanos.
Los países donantes han contribuido de forma decisiva al éxito de los programas de planificación familiar. Además de su aportación financiera —aproximadamente una cuarta parte del coste total— los países donantes han proporcionado asistencia técnica en todas aquellas áreas del conocimiento que son esenciales para que los programas de planificación familiar se desarrollen con éxito: medicina, salud pública, comunicación, gestión, demografía y servicios sociales.
En la actualidad, los países miembros de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) —especialmente, Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido, Japón, los Países Bajos, Dinamarca, Noruega, Suecia, Canadá, Australia y Finlandia— son los principales donantes. Históricamente, Estados Unidos ha sido el mayor contribuyente a los programas de población, tanto en el plano financiero como en el ámbito de la asistencia técnica. Sin embargo, existen indicios de que Estados Unidos ha comenzado a abandonar su liderazgo mundial en este campo. En 1996, el Congreso norteamericano redujo en un 35 por ciento la financiación bilateral destinada a los programas internacionales de planificación familiar e impuso restricciones administrativas que acentuaron el efecto de estos recortes presupuestarios. Aunque parte de la financiación se restableció al año siguiente, los recursos presupuestarios asignados en 1997 a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), 385 millones de dólares, están muy por debajo del máximo de 542 millones de dólares alcanzado en 1995[9]. Asimismo, las contribuciones de los Estados Unidos al Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP) y a otros organismos multilaterales han disminuido sensiblemente en los últimos años.
Las repercusiones de estos recortes en el contexto global de la asistencia internacional son todavía inciertas. No sabemos si otros países donantes estarán dispuestos o serán capaces de compensar la disminución de las aportaciones de Estados Unidos. Sin embargo, una reducción de la financiación internacional a los programas de planificación familiar comprometería seriamente el progreso alcanzado en las últimas décadas. Las consecuencias de esta reducción serían muy graves:
Los programas de planificación familiar han obtenido éxitos importantes en contextos políticos, económicos y culturales muy diversos, y han contribuido a mejorar las condiciones de vida en los países en desarrollo a un coste sorprendentemente bajo: los fondos que destina anualmente USAID a los programas de planificación familiar equivalen a 1,44 dólares por persona en Estados Unidos[11]. Sin embargo, estos programas no han concluido aún su labor. El número de mujeres cuyas necesidades en materia de anticoncepción no están cubiertas es todavía elevado y es probable que aumente en el futuro. A medida que la fecundidad desciende, ésta se concentra progresivamente en el colectivo de adultos jóvenes. Es necesario, por tanto, que los programas de planificación familiar se adapten a las necesidades de este estrato de población. Entre las mujeres adolescentes y jóvenes, la proporción de embarazos no intencionados es elevada, y éstos podrían ser retrasados si se ampliase el acceso a métodos anticonceptivos. La demanda insatisfecha de planificación familiar es mayor entre las mujeres jóvenes que entre las mujeres mayores, y esta demanda aumentará a medida que las cohortes jóvenes reemplacen a las generaciones que les preceden.
La demanda de anticonceptivos por parte de la población joven tiene como objetivo primordial retrasar o espaciar los nacimientos. Dado que un aumento de la edad al primer hijo contribuiría de forma importante a ralentizar el crecimiento demográfico, los programas de planificación familiar deberían reajustar sus objetivos y planteamientos teniendo en cuenta esta realidad. Otros de los retos que han de afrontar son la mejora de servicios y la calidad de prestaciones, así como la prevención de enfermedades de transmisión sexual, especialmente el VIH/SIDA.
También es importante fomentar la investigación dirigida al desarrollo y a la distribución de anticonceptivos. Los avances en este campo contribuirían a aumentar el uso de anticonceptivos y a reducir los embarazos no deseados, así como los abortos que son consecuencia de un fallo del método anticonceptivo.
Asegurar la viabilidad a largo plazo de los programas de planificación familiar es otro reto crucial. A medida que se contraiga el gasto público, los programas deberán diversificar sus fuentes de financiación; por ejemplo, trasladando parte de los costes a aquellos usuarios que puedan pagar por estos servicios.
Sería muy difícil para los países en desarrollo afrontar estos retos sin la colaboración de los países donantes. Por ello, sería irresponsable reducir en este momento la ayuda destinada a los programas de planificación familiar.
La elaboración de este documento ha sido financiada por la Fundación William and Flora Hewlett, la Fundación Rockefeller y el Fondo de Población de las Naciones Unidas.
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